¿Por qué no hacer un alto en el camino?
¿Por qué no detenernos por un tiempo?
¿Por qué dejarnos arrastrar por el aluvión?
¿Por qué no usar la maravilla divina de la reflexión?
¿Por qué no intentar salir de la ruta peligrosa?
¿Por qué no dejar de quejarnos?
¿Por qué no volver a ser lo que siempre fuimos?
Es posible que pensemos que la culpa no es nuestra.
Es probable que sintamos que no tenemos fuerzas para cambiar.
Es indudable que estamos perdidos en nosotros mismos.
Es seguro que esperamos un chispazo para que nuevamente se encienda la antorcha de la "argentinidad".
Detengamos el correr hacia un destino que sabemos malo e incierto, recuperemos el aliento, miremos a nuestro alrededor, volvamos a convencernos de que nuestras virtudes están intactas, sepamos que podemos si tenemos la voluntad de hacerlo.
No busquemos mas culpas en el pasado, no intentemos justificarnos en los yerros del ayer, no aceptemos las barreras que nos hemos construido, pero, no sigamos enceguecidos tras los frutos, sino que analicemos en las raíces la razón por la cual la savia fructífera se transforma en veneno maligno.
Tengamos la certeza que no son los personajes que actúan en el amplio escenario de nuestro país los que se equivocan, ellos viven, actúan y se presentan conforme el ambiente que crearon otros y que estos no se atreven a modificar y, consecuentemente, son arrastrados por el torbellino.
Nuestra querida Patria, aquella Argentina que era todo una promesa esplendida, se alejo de sus compromisos fundacionales, se tentó por las promesas brillantes incumplibles y se dejo llevar por la tentación de ser grande sin la necesidad de aportar esfuerzo y sacrificio para lograrlo.
Si volvemos a las páginas sagradas de nuestra historia y recorremos sus momentos, veremos cuanto hicieron nuestros padres, los pactos que acordaron, los éxitos que lograron y los errores que cometieron.
Todo basado en el esfuerzo, toda dedicado a las generaciones que les seguirían, todo como sueños que aspiraban que el correr del tiempo convertiría en realidad.
La Constitución Nacional de nuestra Argentina, aquella que redactaron en el 1853 y reafirmaron en 1860, fue el pacto de los "pueblos" para convertir a nuestra tierra en una Nación.
En ella privaron dos criterios que hacen a la argentinidad:
la libertad y la solidaridad, por eso quisimos ser una organización "federal" que revaloriza las identidades singulares para lograr de ellas la multiplicidad de los conjuntos.
El "secreto", sin dudas, está en la manera en la que se logra la conjuntez sumando las individualidades y la "forma" en la designación de los "representantes".
Si los representantes tienen en sus manos el destino de los que los eligen, es necesario que luchen, trabajen y actúen para satisfacer las necesidades y las aspiraciones de ellos.
No de los conjuntos, sino de los individuos, ya que difícilmente necesidades y aspiraciones sean comunes para la totalidad.
Cuando se cambia el sentido de la representación se destruye el vínculo que une y, consecuentemente, se comienza a crear una brecha maligna que crece por su propio envión.
Nuestra Nación a lo largo de los últimos tiempos modifico su escenario de convivencia y destrozo sus ideales de solidaridad.
Nuestra Argentina creó un sistema bajo las ideas de la evolución que se alejo de lo que se había pactado, se autoalimento en sus proyectos y materializo una forma institucional que hace totalmente diferente la nación actual de la que debíamos haber sido.
Si la representación dejó de ser federal, si ella rompió la relación de la sociedad territorial con sus elegidos, ello motivo un mal mayor que significa el olvido de las bases de la "republica".
Bajo la idea del "presidencialismo" se rompió el equilibrio de los poderes y tras la pretensión de "gobernabilidad" se quito el poder soberano a la sociedad y lo posesiono los dirigentes.
Para colmo de los males, cuando se reforma la Carta Magna, en lugar de perfeccionar alumbrando con el progreso sus valores, se los sustituyo creando un régimen que justamente era el que habían negado en el Siglo XIX nuestros ancestros.
Nuestra Patria no tiene problemas sociales, económicos, culturales o religiosos que traben su evolución, tiene problemas políticos.
La política es la causa de nuestros desencuentros y el origen de las desavenencias que nos llevaron a buscar salidas reñidas a la voluntad, enfrentarnos cruelmente y no querer marchar hacia el mañana debatiéndonos en las dudas del pasado.
Es necesario reflexionar para encontrar en nuestra conciencia la respuesta a nuestros problemas, saber que hemos errado en el sistema, pero que mantenemos firmes las condiciones, y que, por ello, tenemos que volver a ser la Nación que con un gobierno "representativo federal" actúa como una "republica" y, seguramente, volveremos a ser Nación.
Tcnl. José Javier de la Cuesta Ávila
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