jueves, 3 de junio de 2010

EL SERVICIO MILITAR OBLIGATORIO - ACEPTADO POR LA MAYORIA

A su hora y en su hora el Ejército de voluntarios se trocó en el Ejército de ciudadanos.

Las milicias de las gue­rras de la Independencia, del Paraguay, de la Organización Nacional y la Conquista del Desierto, cumplieron glorio­samente con su deber.

Con sus cuadros aguerridos y animosos conocieron el estoicismo de saber que "no tenemos yerba, ni tabaco, ni ropa, ni recursos, ni esperanza de re­cibirlos". ..

Sabían que estaban "en la última miseria"... pero que había "deberes que cumplir"...

Y los cumplie­ron, en grado excelso, conscientes de que sus óptimos servicios se pagaban tarde, mal o nunca...

Pero la Nación se aprestaba a asumir su destino de grandeza en el inmi­nente amanecer del Siglo XX.

Fue entonces, en la presi­dencia del general Julio A. Roca, cuando por iniciativa de su ministro de guerra Pablo Riccheri, se envía al poder legislador el proyecto de ley de servicio militar obliga­torio.

El joven coronel Riccheri fue al Congreso a defen­der y a promover su proyecto de Ley que tenía por contra­dictores a dignísimas personalidades de la época de arrai­gado prestigio nacional, tales como los generales Capdevila y Godoy, y los coroneles Martínez, Dantas y Falcón.

Lo enfrentarían, asimismo, legisladores prestigiosos, entre los cuales había oradores relevantes que habían brillado en las tribunas académicas y parlamentarias, tales como:

Alejandro Carbó, Elíseo Cantón, Mariano Demaría, José Jofre, Ezequiel Ramos Mejía, Manuel Iriondo, Manuel Quintana, Marcos Avellaneda, Caries, Bermejo, Balestra, Lacasa, Salas, Ugarriza y Garzón...

Después de memo­rables jornadas parlamentarias registradas en los Diarios de Sesiones de setiembre a octubre de 1901 el día 31 de este último mes concluyó el patriótico debate que fuera aprobado por 55 votos contra 23.

Riccheri figuró, en servicio activo, en el Escalafón del Ejército Argentino con el grado de Teniente General que alcanzara por insuperables méritos, hasta el 30 de junio de 1936, día de su muerte.

Desde el 29 de mayo de 1952 su noble figura, desde el temple horaciano de su bronce, en su tumba del cementerio de la Recoleta, nos insta a recor­dar su vida y su obra, en la cual resalta, con perfiles sin­gulares, la Ley del Servicio Militar Obligatorio.

El destino había situado a Riccheri en un momento especial de la historia argentina que él, clarividente, supo advertir.

Era aquél en que caducaba el servicio de volun­tarios para dar lugar al servicio conscripcional obligatorio que correspondía al tiempo nuevo, evolucionándose al mo­derno concepto de la "Nación en armas".

Debía vencerse a la rutina que se encubre, a veces, en la tradición.

Era menester convencer a viejos y eximios soldados aferrados al sistema que el tiempo sobrepasaba.

El Ejército de vo­luntarios, cargado de glorias pretéritas, después de reali­zar esfuerzos sin tasa ni medida, con magra retribución, se consumía en los fortines.

Antes, trashumante, había dejado en el desierto, el estero, el monte y la montaña, su aliño y bizarría.

Los vicios mercenarios, la pobreza general emergente de un precario presupuesto, la ignorancia, la conciencia imprecisa de obligaciones y deberes, habían men­guado la disciplina.

A ello se sumaba la reducida e irre­gular provisión de víveres, vestuario y armamento.

En el inmortal poema vernáculo, que habría de dar lustre impe­recedero a las letras argentinas en el ámbito de la litera­tura universal, mal se acuerda José Hernández de ese Ejér­cito.

El actor se había consumido en la acción y, perdiendo brillo, ya no estaba a la altura de la escena majestuosa.

Dice el gaucho Martín Fierro al recordar la vida en los fortines en el año 1879:

Y es lo pior de aquel enriedo
que si uno anda hinchando el lomo
se le apean como un plomo...
¡Quién aguanta aquel infierno!
Si eso es servir al gobierno,
a mí no me gusta el cómo ...


Riccheri supo comprender el problema y proponer su inequívoca solución.

He aquí su mérito indiscutible.

¡Al crear el servicio militar obligatorio cambió el cómo que el disgusto profético del vate ponía en labios del per­sonaje!. ..

La creciente evolución del País hacia sus grandes destinos reclamaba una institución orgánica que, en for­ma metódica, colectiva y digna, creara y usara medios más eficientes para su seguridad, extendiendo la con­ciencia, el sentimiento y la responsabilidad de su defen­sa a las generaciones juveniles que eran, son y serán el cuerpo vital de la República.

Riccheri usó el momento que le tocó vivir en función del porvenir y el tiempo transcurrido desde entonces ha dado el veredicto que todos aplauden y nadie osa controvertir.

El servicio de la Nación y para la Nación no debe ser obra de mercenarios.

Es una excelsa servidumbre reservada a los más aptos física, moral e intelectualmente.

Cumplir el servicio militar conscripcional y después ser reservista hasta el fin de la existencia es honor varonil inherente a la ciudadanía: una excelencia del espíritu nacional.

El ciudadano en el servicio, por úni­ca vez en su existencia, se siente regido y amparado a la sombra de la Bandera, por un interés superior a todos los intereses, por una devoción que excede a todas las devocio­nes ya que Dios reconoce y bendice al que ama intensa­mente a la Patria terrenal que es la antesala penitencial y virtuosa de la Patria celestial.

Empezó a regir con el Siglo XX, cuando el Ministro de Guerra, Teniente General Pablo Ricchieri consiguió la promulgación de la Ley 3948, siendo la primer Clase convocada 8000 conscriptos nacidos en 1880, cuyo llamado a servir a la Patria comenzaría durante el último cuatrimestre de cada año, para reconocimiento médico, económico y social de la población, de la cual finalmente fueron reclutados los 3.700 aptos para ser instruidos en la defensa de la Nación, descartándose a 4.700 ciudadanos por diversos motivos.

El 18 de julio de 1901, el Diario LA NACIÓN anunciaba: “Ayer dejó terminado el ministro Ricchieri su proyecto de ley referente a la organización militar, sobre la base razonable del servicio obligatorio, sistema implantado ya con éxito brillante en la marina de guerra, y que ha sido adoptado por todas las naciones que pueden servir de ejemplo por el progreso de las instituciones armadas.

No se inspiró seguramente el antiguo alumno de la escuela superior de Bélgica, en las vetustas leyes y costumbres de ciertas potencias que ha invocado el general Capdevila al fundar en la cámara de diputados el plan de su invención, puesto que consultó los medios de colocar a la República en las mejores condiciones de defensa, imitando los procedimientos seguidos con tal objeto por Alemania y Francia, en primer término.

Los ciudadanos todos de 20 a 21 años pasarán por las filas del ejército, permaneciendo dos años unos en instrucción militar y seis meses los otros.

Se establecen los dos períodos, considerando que las rentas de la nación no permiten sostener al presente 20 a 25.000 ciudadanos en el ejército permanente.

Por nuestra parte, hemos sostenido y seguimos sosteniendo, que por medio del reclutamiento de conscriptos y la instalación del campo de maniobras, en la forma ideada por el coronel Ricchieri, se echan las bases de una organización militar definitiva en perfecta armonía con los adelantos de la época.

Y esto es a lo que aspira el pueblo de la república, reconociendo que el más noble tributo de sus hijos consiste en prepararse para defender en cualquier emergencia el decoro de la patria.”

Durante casi un siglo los ciudadanos se homogeneizaban con sus compatriotas de las diversas provincias, aprendían a ser disciplinados y ordenados en la vida, amar a la Patria, respetar a sus padres, educación ciudadana, y urbanidad.

Desde cómo sentarse a la mesa y tomar los tenedores, la forma correcta de cepillarse los dientes, los detalles del aseo personal, hasta la corrección al interpretar la lectura de un libro, la colimba era un poderoso vehículo de educación y no sólo de instrucción.

Por lo demás, se tenía un control estadístico sobre el estado sanitario y la alfabetización de la población nacional a través de los jóvenes de la clase, dispensándose tratamiento médico a aquellos que lo requerían y educación básica a los que no habían podido cursar estudios primarios.

Fuera de esto, se capacitaba profesionalmente a los reclutas en diversas artes y oficios, brindándoles herramientas eficaces para después insertarse laboralmente en el medio civil y se preparaba en el Catecismo a quienes voluntariamente deseaban ser bautizados, siendo destacable la misión de las acampadas.

Con la finalización del fallido “Proceso de Reorganización Nacional”, en 1983 el Teniente General Reinaldo Bignone hizo entrega del bastón y la banda al flamante Presidente de la Nación surgido de elección popular y democrática, el Dr Raúl Ricardo Alfonsín.

Habiendo accedido al poder, este socialdemócrata tomó de inmediato medidas arbitrarias tendientes a la paulatina desarticulación de las FFAA, siendo la más característica de ellas la reducción presupuestaria de las tres Fuerzas a un diez por ciento de los recursos operativos que anualmente se le asignaban.

La Defensa Nacional jamás se pudo recuperar, por tal motivo, de las pérdidas sufridas en la Batalla de Malvinas, y poco tiempo después, constituida la CONADEP, comenzaron a citar a militares en actividad para comparecer ante la Justicia ordinaria por presuntas violaciones a los derechos humanos durante la guerra contra la subversión.

Uno de los sectores que quizás más sufrió esa crisis fue el de los Soldados Conscriptos, que ya no podían rotar por las diferentes guarniciones del país, ya que las limitaciones presupuestarias limitaban los “PPS” y los traslados, llegaron a estar impedidos de ser alimentados integralmente, y su instrucción o educación pasó a ser complicada por falta de munición, combustibles y suministros en general.

El programa de reducción de gastos (en el ámbito militar se denominó «Plan de Reestructuración de las FFAA») encarado por el gobierno de Menem incluía privatizar, entregar los recursos del estado, desmantelar el aparato educativo, así como también, a pesar de los buenos profesionales que egresaban como técnicos en diversas disciplinas, clausurar las escuelas de educación media en “artes y oficios” por ser deficitarias.

De tal modo se generó lentamente el desorden que se venía atisbando, y el caos remanente generó que el país fuera perdiendo tanto el rumbo como la identidad nacional.

Seguramente por un accidente normal, como sucedía eventualmente cada tantos períodos, falleció un ciudadano mientras hacía la conscripción en Zapala. …

Y el Soldado Carrasco fue la excusa, —que hasta entonces nadie encontraba— para anular el tradicional Servicio Militar obligatorio.

Un Jefe de Estado Mayor General claudicante tuvo la debilidad de permitirlo.

Sea como sea, se generó una propuesta por parte de éste, que fue rápidamente aceptada por el Poder Ejecutivo.

Los propios militares aceptaron proscribir el Servicio Militar Obligatorio a cambio de otras ventajas efímeras, y, con un gran aparato de prensa, usando al infortunado Carrasco, desactivaron virtualmente a las FFAA seccionándole uno de sus pilares fundamentales y su razón de ser.

Hoy, el país parece no tener rumbo.

Solo las inversiones extranjeras tienen claro adonde ponen su dinero y defienden sus intereses egoístas e interesados.

El agua, la soja, el desmonte, la desindustrialización, el auge de la delincuencia, la instalación definitiva del narcotráfico, la incultura generalizada, la rusticidad y falta de valores o de interés —por parte de nuestra juventud— en contraste con la astucia para apropiarse de lo que es de otros son el denominador común que caracteriza este oscurantista espectro social.

¿En que país queremos vivir?,

¿en el del desconcierto?,

¿el desorden libertino?

¿Donde se fomenta la ignorancia meramente proselitista?

Un niño que contempla a sus padres inactivos o subempleados —todo el día en su casa— que cartonea como todo horizonte laboral, que recibe bolsones de comida, zapatillas o cada tanto debe hacer fila en la villa para recibir la banelco, es un chico que se educa creyendo que “hay que proveerle de todo sin esfuerzo alguno”.

Así, cuando crece —sin educación, sin valores, sin cultura de trabajo— sólo sabe que debe salir a pedir lo que cree que por derecho le corresponde, y de ese modo nacen los agresivos cuidacoches o los limpiavidrios que asaltan a Vd prepotentemente en cualquier semáforo que se detenga, para —rápidamente— devenir en delincuente, un oficio más productivo, que —como advierten que siendo menores son impunes— en esos años perfeccionan la criminalidad subyacente en el resentimiento.

Si tiene hambre, sabe que el paco es más barato que un almuerzo, y hasta embota sus sentidos atrofiándole las neuronas.

Hoy vivimos una realidad anárquica, en el fárrago generalizado y en el caos más estricto.

Nos han privado de esa Nación pacífica en que vivíamos, donde cada vez se hace más improbable recuperar la educación pública y la formación profesional.

No hay forma alguna de sacar los chicos de la calle que no quieren salir de la misma.

El Estado está lejos de ocupar el rol que le corresponde.

Si volviésemos a los viejos modelos de esfuerzo, estudio y trabajo, todo sería distinto.

Sin duda alguna volver al Servicio Militar Obligatorio —con sabias innovaciones— bien podría ser la medida más positiva para el país, para la salud, la educación, la seguridad y la defensa nacional.

Los militares son los especialistas idóneos para educar y formar al ciudadano, porque para ello se han capacitado en el ejercicio del mando.

Ese es su papel específico en la sociedad, y merecen la oportunidad de llevar a cabo la verdadera pacificación del país, mediante la responsabilidad de “formar” —con el ejemplo de disciplina y el estudio— a millones de chicos que han perdido definitivamente el rumbo.

Un Servicio Militar Obligatorio —con formación técnico profesional— es absolutamente necesario y hasta urgente.

Significa darle la oportunidad de emerger socialmente a quien no conoce otra forma de vida que la vagancia, la holgazanería y el delito.

La agresión de muchos individuos sería canalizada a actividades productivas.

Se podrían plantear todas las excepciones para quienes demuestren que se entregarán al estudio.

Esos jóvenes, que están incluidos dentro de “la sociedad organizada” justificadamente podrían ser exceptuados del servicio para hacerlo una vez culminadas sus carreras.

Pero al resto, les urge hoy una conducción que complemente firmemente a la carencia de referentes en la casa, que los ayude a reencontrarse con su destino, destino malgastado por los resentidos o interesados, que —amen de no saber cómo manejar un país—, se entregaron fervorosamente a la consecución de fórmulas emponzoñadas sobre las cenizas de un pueblo esencialmente bueno, que no merecía tanta desconsideración y abandono.

Carlos Marcelo Shäferstein

1 comentario:

  1. Hay cosas que puedes dejarlas pasar. Me pregunto, a su vez, si vale la pena dejar un comentario. Respeto, pero no comparto, porque esto, esto si que es difamamiento, no tiene otra palabra para describirse. Solo pido, para aquellos que lean este mensaje, primero, que lean todo lo subido en este blog, y que piensen, piensen...
    Porque no podemos seguir engañándonos, no podemos meternos esto como cotidiano y aceptable a la ligera sin tener un conocimiento previo, y, si este no lo hay, busquen, interesasen, porque esto mismo, hace sociedades inaceptables, donde la historia se pierde, y se crean sociedades nulas de conocimientos e ideologías. Y porfavor, que se entienda este mensaje de la manera más amable y tolerante posible, porque uno pude dialogar sobre un tema libremente, porque tenemos derecho a hacerlo y no por eso debemos recurrir a malos modos.
    Así que sin más, me despido cordialmente.

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