viernes, 18 de junio de 2010

UN SECRETO MUY GUARDADO

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Como en el realismo mágico de García Márquez se fija esta imagen con cierto paralelismo dramático.


El fantasma Ceausescu y el Fin del comunismo.

Nicolae Ceausescu fue el único líder del Este que fue ejecutado junto a su esposa Elena.

Veinte años después de la sumaria ejecución, el día de Navidad de 1989, y de la caída de un régimen totalitario digno del rey Ubú, la figura de Ceausescu aún atormenta a los rumanos.

Pero en plena crisis económica y con la inestabilidad política, no son tiempos de conmemoraciones, sino de olvido. El dictador dirigió el país balcánico con mano de hierro durante más de dos décadas.

"Estoy muy decepcionado porque casi nadie habla de esto.


Hay algunos libros y tertulias entre intelectuales, pero en realidad no hay nada, nada", lamenta Dan Lungu, sociólogo rumano y autor de

¡Soy un vejestorio comunista!

(Pre-Textos), una novela que describe la vida insoportable durante los más de 40 años del Partido Comunista gobernando.

Lungu tenía 20 años cuando estalló la Revolución de 1989, como se le llama ahora, y que acabó con la dictadura de los Ceausescu.

Sus recuerdos de aquella época son una larga enumeración del terror que el conducator que también se hacía llamar “el genio de los Cárpatos” impuso a su pueblo.

Rumanía era uno de los países más cerrados del antiguo bloque soviético y existen muchos rumores sobre las locuras del dictador:


hasta se dijo que cambiaba cada noche de pijama porque temía ser envenenado.

"Lo que sí era real era la extrema pobreza de la gente, la penuria, el sojuzgamiento", confirma Catherine Durandin, coordinadora de un ensayo sobre la Rumanía post-1989 y autora de un libro sobre Ceausescu.

No existen datos ni encuestas fiables que informen de la opinión de la población sobre la época totalitaria.


La Rumanía que despertó tras la muerte del dictador era uno de los países más pobres del mundo.

"Gracias al olvido, la gente esperaba encontrar libertad", explica Adrian Cioroianu en el libro Este Ceausescu que atormenta a los rumanos, publicado sólo en francés en 2005.

Transición manipulada

Los años noventa tampoco fueron fáciles porque, a diferencia de los demás países del Este, Rumanía se hundió.


Se ilegalizó al Partido Comunista, aunque los antiguos aparatchik tomaron las riendas del poder político y económico.

Zoe Petre es catedrática de Historia en la Universidad de Bucarest y aún recuerda cuando, bajo Ceausescu, había que hacer colas de dos días y dos noches para conseguir una garrafa de gas.

"Los seis primeros años de democracia fueron manipulados por los ex comunistas", sentencia.


"Incluso los miembros de la Securitate [la temida policía política] siguieron trabajando para el Estado.

Las élites políticas de entonces sólo querían enriquecerse", añade Lungu.

El antiguo miembro del Comité Central del Partido Comunista, Ion Iliescu se convirtió en 1990 en el primer presidente de la Rumanía post-Ceausescu, lo que en parte explica el silencio de plomo sobre la dictadura.

En 1988, casi cuatro millones de rumanos, la cuarta parte de la población de entonces, eran miembros del Partido Comunista y la Securitate tenía más de medio millón de informadores.


"No hemos sido capaces de asumir nuestras responsabilidades, porque mucha gente estaba implicada", apunta Petre.

"Los primeros años de la democracia fueron controlados por los comunistas".


Para Antoine Ferreira, director financiero del constructor automovilístico Dacia, la primera empresa del país, "esta gran inestabilidad política provocó una mayor inestabilidad económica".

La transición descontrolada en la economía causó una grave crisis: los niveles de pobreza se multiplicaron por dos, la tasa de inflación superó el 200%.


"Los primeros años fueron un caos, con mucha violencia social y había que ganarse la vida en el mercado negro", recuerda Ionut Bonoiu, redactor jefe del diario económico Ziarul Financiar.

En un artículo titulado Rumanía: 20 años después, esta publicación subraya que el país "pasó por todo".

Los cambios llegaron a finales de los noventa cuando las autoridades privatizaron las empresas estatales y los grandes grupos extranjeros invirtieron, como Renault, que adquirió Dacia en 1999, Mittal Steel (acero) o Bouygues (construcción).

"Rumanía es un mercado de 22 millones de habitantes, el más poblado de Europa del Este, se heredó un potencial industrial, la mano de obra es barata y hay un nivel de educación alto", argumenta Ferreira.

Con las inversiones extranjeras, el país salió de la pobreza en los años 2000, pero muchos rumanos tuvieron que emigrar al exterior a buscar mejores condiciones de vida.

Los años 2000 rimaron con bonanza económica: las inversiones extranjeras pasaron de los 35 millones de euros en 1990 a los 980 millones en 1999 y a superar los 9.000 millones en 2008; Rumanía se convirtió en uno de los países más dinámicos de la zona con tasas de crecimiento superiores al 7%.

Hoy Bucarest es una ciudad en perpetua transformación, donde hay más coches de lujo que en cualquier otro sitio, donde las tiendas abren las 24 horas y la doble hamburguesa cuesta unos tres euros.
Efecto de las remesas

Este dinamismo también es posible gracias a las remesas de los 2,5 millones de rumanos que emigraron al exterior, un dato que recuerda que no todos los rumanos se beneficiaron de la nueva riqueza.

Dos años tras su ingreso en la UE, Rumanía es, después de Bulgaria, el país más pobre de la unión.


"Existen grandes disparidades entre la ciudad y el campo, donde vive casi la mitad de la población", explica Ferreira que subraya el mal estado de las infraestructuras y las consecuencias de la crisis actual para una población que "carece de un buen sistema sanitario, lastrado por la corrupción".

"El comunismo no es un tabú, pero nadie habla de lo que hacían los comunistas en el pasado".

La reticencia hacia el comunismo casi sinónimo de los Ceausescu en la población es tan fuerte que el despertar de las reivindicaciones sociales, raras veces se acompaña de referencias a ideologías de izquierdas.

El socialdemócrata Mircea Geoana quiso aprovechar la situación durante la campaña electoral, aunque para analistas como el sociólogo Lungu, aparecer con líderes del antiguo régimen le perjudicó y Traian Basescu salió victorioso.

Fue durante su primer mandato (2005-2009) que el presidente Basescu, en un contexto económico fuerte, decidió atacar a los fantasmas del pasado.

En diciembre de 2006, condenó el comunismo como «ilegítimo y criminal»; la primera vez que un político rumano lo hacía.

Ya existía desde 1999 una Comisión Nacional de los Archivos de la Securitate que apenas tuvo acceso a los informes de la antigua policía política, y en 2005 se creó el Instituto para la Investigación de los Crímenes del Comunismo (IICC) y se acaba de estrenar en Bucarest una obra de teatro sobre los últimos días de Ceausescu.

Para la historiadora Petre, son "iniciativas importantes porque muestran que ya no hay tabúes".

"Los rumanos deben entender cómo se creó un sistema tan primitivo".

Durandin no coincide con Petre y considera que


"se trata de una labor de memoria de intelectuales que no interesa a la gente.

Es verdad que el comunismo no es un tabú, pero nadie habla de lo que hacía durante el régimen. Sobre la ejecución de Ceausescu, hay un silencio molesto".

El director del IICC, Stejarel Olaru, vive en Alemania después de que fuera agredida su esposa en una calle de Bucarest.


"Su trabajo no interesa a todo el mundo...", apunta la investigadora.

Para los analistas políticos, la creación de institutos y demás comisiones responde a la voluntad de políticos para aparentar ser "anticomunistas" y ganar votos.

"Los rumanos deben recuperar su memoria sin parar", lanza Durandin, quien se felicita del trabajo de cineastas como Cristian Mungiu, director de “4 meses, 3 semanas, 2 días”.

Porque no sólo se trata de hablar o de condenar al antiguo régimen, sino de "entender cómo se pudo crear un sistema tan mediocre y punitivo, para que no se repita una alienación tan grave".

Estudiar la época totalitaria es en las escuelas una opción, pero "los jóvenes no hablan de ello. Viven en la UE y es lo único que les importa", recuerda Durandin.

Un secreto muy guardado

Preguntar a un chofer de taxi dónde está enterrado Nicolae Ceausescu puede ser arriesgado.


Primero porque no lo sabe. Segundo, y sobre todo, porque no le interesa saberlo, y una vuelta por la caótica Bucarest, la capital de Rumanía, puede terminar en una lejana zona militar, donde aún se piensa que yacen los restos del antiguo dictador.

Dicen que la tumba de Ceausescu está en el cementerio civil de Ghincea, no lejos del centro de Bucarest. No hace falta ni permiso especial para visitarlo.

Una cruz de piedra gris que sirve de lápida indica: "Nicolae Ceausescu, 1918-1989".

Cada año, el 26 de enero, día de su cumpleaños, algunos nostálgicos depositan unas flores.


¿Y el cuerpo?

Un rumor dice que, bajo tierra, no hay nada.

Guillaume Fourmont – Madrid

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