LA DESQUICIADA
Aumentan con el
paso de las horas las pruebas del profundo desquicio personal y político en el
que se encuentra sumida Cristina de Kirchner.
Sus frecuentes apariciones
retratan un rostro en creciente descomposición, una retórica cargada de
idiotismos, risas necias emergiendo de su boca trastornada, y un llanto —ora
fingido, ora real— que controla a voluntad según las convulsiones suscitadas en
sus amaestrados auditorios.
Entre los gravísimos hechos protagonizados últimamente por la desquiciada, se cuenta primeramente su ataque ferocísimo a la institución familiar, mediante un proyecto de reformas legales elaborado en paridad de culpas con la gavilla que preside Lorenzetti.
Horrible paso es la conculcación expresa del Orden Natural y
del Sobrenatural.
Condenable asimismo, y sin atenuantes, es que cada uno de los
elementos constitutivos del hogar cristiano sean metódicamente despreciados.
Y
todo repudio es escaso ante el despliegue de un relativismo ético tan grotesco
cuanto malévolo.
Pero que a la par que tamaña ofensiva ejecutada contra el
Decálogo, Cristina proclame vivir como católica, es mucho más que el desgozne de
una trastornada. Es un acto calculadamente sacrílego, que de existir algún
pastor másculo en estas costas, no debió quedar sin contundente sanción
canónica.
Tenemos por segundo ejemplo del desquicio, lo sucedido alrededor del trigésimo aniversario de la Reconquista de las Malvinas.
La presidenta coincide con los ingleses en
afirmar que el dignísimo 2 de abril fue nada más que un atropello a la libertad
de los kelpers.
Coincide con la intelligentzia apátrida que dice
cuestionarla, al descalificar la guerra justa y presentarla como un abuso
dictatorial más a un puñado de chicos inexpertos.
Y coincide con su inherente
roñería moral al exhibir desenfrenadamente su rechazo por lo épico y lo
castrense, manifestándolo con tonalidades ideológicas que delatan una marcada
propensión por los relatos masónicos y marxistas.
Como en el caso anterior,
tampoco aquí lo más escandaloso es el agravio a la patria en sus gestas
militares, sino que la fautora de tamaño mal insista en llamarse “presidenta
malvinera”,sin que falten imbéciles que la tilden de nacionalista, en tono
acusatorio.
Bueno sería que no escasearan veteranos ni combatientes aunados en
el propósito común de desenmascar para quién trabaja la fregona de
Buckingham.
Sumemos de rondón
un desvencije más de la desquiciada. Cual módica simona wiesenthal de las
pampas no halló mejor idea que detectar un par de nazis en los medios que tiene
por adversarios, sin querer advertir lo mucho que se le parecen.
La explicación
“científica” del sorprendente hallazgo la llevó a incursionar por los campos de
la genética, descalificando a quienes se atrevieran a conjeturar que los
mancebos de La Cámpora fueran portadores del mismo gen montoneril de sus
padres.
“Me sonó a Mengele”, confesó preocupada.
Lo insólito del
desmadre mental no es tanto la búsqueda de cualquier argumento para defender a
los muchachos onanistas / todos unidos triunfaremos, sino que no se tenga
por mengeliana quien convirtió en política de Estado el vejatorio saqueo
genético de dos jóvenes, sólo para saciar una venganza personal con un medio
masivo.
Sin contar sus declaraciones a favor del determinismo genetista, cuando
el 22 de junio del 2011 inauguró un edificio anexo del Instituto Leloir, o su
prólogo a un libro para niños del escritor brasilero Monteiro Lobato, tenido por
racista en los mismos medios progresistas que le son rabiosamente
afines.
Contra el desquicio no queda más antídoto que la recomposición del Orden.
O más
exactamente: la reimplantación del quicio.
¿Dónde hallar estos exponentes del
Orden en una patria cuyas murallas han sido derrumbadas, comenzando por los
contrafuertes de su templo mayor?
La respuesta es simple y compleja a la vez, en
quienes aún tengan la gracia de no estar ciegos, ni sordos ni mudos.
Que los que
vean señalen, que los que escuchen alerten, que los que puedan hablar se suban a
los tejados.
Tal vez, entonces, el Creador de todo Orden se apiade de nosotros y
nos libre de la tiranía de los desquiciados.
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