miércoles, 26 de mayo de 2010

LOS QUE QUISIERON TAPAR EL SOL CON UN DEDO

Ahora leeremos análisis del Bicentenario por toda la semana y ahora también leerán mi óptica interpretada de un proceso que finalizó con la aparición del pueblo irrumpiendo en las calles.

Lo que comenzó lúgubremente como uno de los tantos ardides de los Kirchner para justificar el pago de la deuda externa llamado “Fondos del Bicentenario”, un nombre soberbio para enviar afuera recursos que nunca volverán, se fueron agregando desde el inicio cuando Martín Redrado los desobedeció al matrimonio gobernante.

Una vez logrado este propósito, el Bicentenario amenazaba con llegar al 25 de Mayo y que pasara desapercibido según las previsiones de los Kirchner, sus asesores muy marxistas y sus huestes de servicios de inteligencia que por suerte no sirven para nada.

Comenzaron al borde de la hora con el procesamiento de Mauricio Macri para desacreditarlo y también les fracasó a los padres del Nüremberg argentino. Iba llegando la hora de la verdad.

Buenos Aires se convirtió en el epicentro nacional de una demostración popular que no ocurría desde hace bastante tiempo.

En el resto de las provincias, miembros federales pretendidamente plenos , se organizaron festejos desteñidos y raquíticos para no estar a contrapelo del gobierno nacional con eso de “no hay plata” para justificarse y quedar bien con Dios y con el diablo.

En la gran capital del Plata, ya desde temprano se observaba que el pueblo estaba respondiendo con su adhesión y eso puso nerviosos a los Kirchner.

La presidente comenzó a mostrar su desdén por los desfiles militares y se autoexcluyó ella sola de honrar simbólicamente a plegarse a esa manifestación “fascista” según la óptica kirchnerista.

Será que como los argentinos somos considerados “fascistas” por Cristina Kirchner, ella había ido a regodearse interesadamente a Venezuela con los desfiles de los milicianos chavistas y sus niños guerrilleros.

Pero acá hubo “nones” por parte de la ungida y eso le molestó a los ciudadanos comunes.

Los Kirchner no sabían qué hacer ni cómo actuar, y como siempre que se sienten jaqueados se ocultan a preparar la revancha, con sus estrechos colaboradores, caros e inútiles, que los aconsejaron hacer un acto paralelo para vengarse de Mauri y de Bergoglio.

Los actos de Cristina Kirchner fueron ceremonias casi monárquicas que sólo admitieron a los propios, salvo algún gobernador disidente y escasos legisladores opositores (dos, nada más).

El resto fue la platea eterna de los nefastos kirchneristas, tan cercanos ya a la adulación de los líderes que se tornan incompatibles con una República.

El acto kirchnerista en Luján con banderas de “La Cámpora” del hijo de los presidentes y villeros llevados como ganado para aplaudir a la presidente como es su costumbre.

No necesitan mucho, un hato de gente pagada para hacerse los populares para la foto, la tele y listo.

No se entiende por qué la Presidenta corrió hasta Luján huyendo de la homilía del cardenal Jorge Bergoglio.

Al final, en Luján la esperó un sermón casi idéntico del obispo Agustín Radrizzani.

Pero eso tampoco le cayó bien a la ciudadanía al ver que siguen en la misma.

Actos de ellos con el pueblo ausente.

A pesar que estaba invitada, Cristina Kirchner se demostraba agraviada.

“No voy a ir al acto de cierre porque he recibido agravios”.

Merece un paréntesis la presencia en el Colón del presidente uruguayo, José Mujica.

Fue el único presidente extranjero que decidió, audaz como es, desafiar el malhumor de los Kirchner; él, un viejo guerrillero, razonable ahora, se entendió sin inconvenientes con Mauricio Macri, un acaudalado descendiente de una familia de empresarios.

Ni Mujica dejó de ser lo que es ni Macri cambió sus ideas.

Macri le debe a Mujica más de lo que está dispuesto a aceptar.

El viejo presidente legitimó con su presencia la convocatoria del jefe porteño y blanqueó al Colón del equívoco color de las ideologías.

Mujica contó que su padre, un humilde trabajador uruguayo, ahorraba de su salario para poder ir al Colón de vez en cuando.

Por eso, su hijo estuvo ahí.

Estos animales políticos como se los define a estos que gobiernan no entienden ni entenderán nunca que el pueblo argentino es respetuoso de sus símbolos y sus héroes.

Los argentinos somos orgullosos de ser laboriosos y pacíficos donde las recetas del marxismo nunca prenderán en nuestra gente por idiosincrasia y tradición cultural.

Esta no es la Cuba soviética ni la Rusia de los zares.

En todo caso los zares son ellos, los que gobiernan.

El Kerensky argentino estaba más tirado que perejil en el piso de la verdulería y su mujer persistía empecinadamente en no participar del cierre de los actos.

“No voy a volver atrás” había sentenciado.

Esa contradicción rupturista y egocéntrica de Cristina Kirchner chocó, sobre todo, con una sociedad que se encontró con una razón de la existencia nacional y que se volcó masivamente a las calles.

Pero a último momento apareció el matrimonio gobernante acuciado por las circunstancias y más descolocados que tucos perdidos en la neblina, sentados en el palco mirando a esa gran muchedumbre que festejaban sin prestarles atención dándoles la espalda.

Una pueblada espontánea a mi modo de ver las cosas que manifestaba el orgullo de sentirse argentinos, pese a todo.

Y de los Kirchner.

Bastante impaciente e incómodo, sobre las 22 se escuchó un "¿y ahora qué viene?", del ex presidente a su mujer Cristina, que le pasaba el detalle del programa.

Aparecieron la banda de los “rojos rojitos” capitaneados por Hugo Chávez (Venezuela), José Mujica (Uruguay), Sebastián Piñera (Chile), Luiz Inacio Lula da Silva (Brasil), Rafael Correa (Ecuador), Fernando Lugo (Paraguay) y Evo Morales (Bolivia), para hacerles compañía y levantarles un poco el ánimo al matrimonio gobernante, pero a pesar de ello nadie les llevaba el apunte.

Ni siquiera se daban cuenta que lo habían llevado al fantasmón Zelaya, el ex presidente de Honduras echado por el Congreso de su país.

Le pusieron un gorro a Cristina que decía “Kirchner presidente 2011”, que es en definitiva lo único que les interesa.

Pero no les alcanzaba.

Se los notaba dolidos a todos en patota, minimizados a su mínima expresión igual que actores que se olvidaron del libreto y no veían la hora de hacer rancho aparte cuanto antes.

Caminando por la alfombra roja hacia la Casa Rosada refugiándose a puertas cerradas donde solamente entran ellos y los que van a hacerles fiesta donde se aprestaban a comer el simbólico cordero patagónico.

Antes lo hacían en Anillaco en “la Rosadita”.

Esas casi tres millones de personas movilizadas espontáneamente hacían recordar las grandes manifestaciones del General, cuya imagen sobre la fachada del Cabildo aparecía sonriente.

Pero ya no era ese tiempo.

Las masas sin líderes, cantaban, bailaban y se reían sin ganas de volver a sus casas, a pesar que hoy había que trabajar.

"¿Cómo le va, ingeniero?", le tuvo que decir Cristina Kirchner al Jefe de Gobierno de Bs As Mauricio Macri.

Néstor Kirchner, directamente, ni siquiera lo saludó.

Dentro de la Casa Rosada hubo desfile de glamour como se esperaba.

Una de las más elegantes fue, sin duda, la primera dama bonaerense, Karina Rabolini, que mostró su espalda al aire con un vestido fucsia con brillos y tacos plateados altísimos.

Nacha Guevara, la candidata testimonial del kirchnerismo, la acompañaba de impecable negro.

“El Centenario fue un horror, ahora estamos mejor”, empezó Cristina.

Luis D´Elía entró por la alfombra roja, pero se retiró minutos después, sin comer para ir a tomarse un digestivo.

Se habían indigestado de pueblo manifestándose espontáneamente con alegría sin que nadie les pagara, convocados por los espíritus de los grandes hombres de nuestra Patria.

A pesar de los figurones que viven en otro mundo.

El que se imaginan ellos buscando la eternidad.

Cuando el pueblo sale a la calle se acaban las mentiras.

Manden fruta.


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