LA PENOSA INAGURACION DE LAS SECCIONES PARLAMENTARIAS
Uno de los momentos políticos más importantes en el calendario político anual es, sin duda alguna, el discurso presidencial en la inauguración de un nuevo período de sesiones ordinarias en el Congreso Nacional.
Es importante y trascendente, ya que es la ocasión en que el titular del Poder Ejecutivo señala a grandes rasgos sus objetivos y metas para el presente año, y los lineamientos para el mediano y largo plazo y destaca los logros del período anterior. Es un mensaje dirigido a todos los habitantes del país.
Por ello no tiene fines partidarios y adquiérelas características de un compromiso solemne de la futura acción presidencial.
Pero los casi cuatro horas del discurso, superó las tres horas y algo de su discurso del año anterior, no tuvieron ni un solo atisbo de solemnidad, seriedad e integración de destinatarios que el mensaje debería de tener.
No tuvo un cariz institucional. Como ya es usual en la mandataria, lo que hizo, lo hizo mal.
Algunos medios dicen que cuando la presidente empezó a hablar por la cadena nacional 600.000 televidentes cambiaron de canal de TV.
Es totalmente comprensible, hay muchísima gente que ya no soporta más su hostilidad, verborrea y soberbia. Como dice el filósofo Alejandro Rozitchner, la mandataria se hace detestar.
Con su conducta logra (¿o busca?) exasperar a todos.
El discurso de la Sra. Fernández fue claramente un acto partidario, con toda la escenografía y parafernalia correspondiente, pero no precisamente la peronista, sino del engendro creado por su difunto esposo, la de los movimientos que viven de los subsidios, dispensas y favores del gobierno.
Un lector de un importante matutino dice “…que vio al Congreso convertido en una cancha de fútbol, con papelitos, cánticos partidarios, banderas políticas y de agrupaciones pro-K.
No vi banderas argentinas ni dentro ni fuera del Congreso…” (ref.1)
Durante su discurso en oportunidades se la vio normal, en otras irónica, enojada, irascible, desencajada, llena de rencor y resentimiento.
Gesticulaba como una comadrona en un conventillo del conurbano tratando de dirimir un conflicto con una vecina.
En oportunidades utilizó un lenguaje y tono chabacano y ordinario, impropio de una persona educada y menos de un presidente.
A la salida del edificio del Congreso se la vio eufórica y sonriente, mezclándose imprudentemente entre sus aplaudidores y seguidores.
Su mensaje, también como siempre, mezcló diferentes temas y fue embrollado y confuso.
La presidente inició su maratón verborrágico luciendo un vestido con su característico color negro de luto, flanqueada por un sospechado de un gigantesco y escandaloso acto de corrupción, el vicepresidente Amado Boudou y por el presidente de la Cámara de Diputados, Julián Domínguez.
Entre los espectadores, en un lugar preferencial, se encontraba otra protegida de Cristina, Hebe de Bonafini, sospechada de otro increíble y escandaloso caso de corrupción.
El discurso se inició una frase más que polémica:
reivindicó los diez años de la gestión de los Kirchner como “una década ganada”.
Frase muy poco feliz y obviamente irritante para aquellos que no piensan como ella. Ya desde el comienzo pareciera que buscaba confrontar.
La mayoría de los argentinos, si nos ajustamos a los valores de la última elección no piensan de esa manera.
“Contrario sensu”, en aquel entonces el 46% de los votantes seguramente pensaban que fue una “década perdida”.
Década lamentablemente perdida por haber vuelto a perder el tren de la Historia, al no aprovechar la situación económica mundial ampliamente favorable para la Argentina.
El despilfarro demagógico y la escandalosa corrupción impidieron que los fondos que ingresaron al país, se volcasen al desarrollo de su infraestructura productiva y su modernización.
Hoy, con casi toda la seguridad, en vista a los tremendos disparates gubernamentales de la segunda gestión de la mandataria, ese porcentaje sobre la “década perdida” seguramente se elevará al 70 ó 75%.
Resumiendo, empezó su mensaje con una falacia.
Su mensaje abarcó cuatro ejes fundamentales:
Como ya es su costumbre empezó a enumerar los logros, algunos dudosos, de la épica kirchnerista.
Esta enumeración, cientos de veces repetida en casi todos sus discursos, constituye la plataforma inicial buscando lograr una predisposición favorable en sus oyentes.
Expresó equivocaciones conceptuales o exageraciones para el auditorio.
Apeló como siempre a cifras y estadísticas de dudosa exactitud y de imposible seguimiento por la audiencia.
Tal vez alguna de ellas sean ciertas,
¿pero como creerle a una mentirosa consuetudinaria?
El “auto bombo” insumió mucho tiempo y reveló una vez más el fantasioso país en que vive la presidente.
El segundo punto se refirió al controvertido y cuestionado pacto con Irán por el atentado en la AMIA.
En realidad no dijo nada nuevo, ni siquiera explicitó nada sobre el “memorándum de entendimiento”.
En realidad le deberá haber sido muy difícil explicar un tratado con uno de los países integrantes del “Eje del Mal”, haber afectado alegremente la soberanía del país, haberse enemistado con Israel, la totalidad del la comunidad judía y casi la totalidad de los argentinos del país.
Roberto Cox, ex director del Buenos Aires Herald, en un duro artículo, expresó que Argentina se había situado “en el lado malo de la historia”.
El tercer punto fue una salvaje y desmedida arremetida con uno de los tres poderes de la Republica.
Al Poder Judicial, que hasta no hace mucho tiempo atrás era presentado como un importante logro de la dinastía de los Kirchner.
Constituía un “importante objetivo” del régimen por haber formado una Suprema Corte independiente en reemplazo de Corte automática de la gestión de Menem.
Si bien en esta arremetida hubo algunos puntos racionales, todo este furibundo ataque se atribuye a una venganza contra la CSJ y todo el Poder Judicial, por haber tenido algunos fallos adversos a la postura del oficialismo. La Corte pasó prácticamente a convertirse en el enemigo Nº 1 del Poder Ejecutivo.
Y como último punto, la postura del gobierno frente a las demandas de los mal llamados “fondos buitres”.
Tanto la presidente como el vicepresidente Amado Boudou aseguraron inicialmente que la Argentina “no va a quebrar su propia ley”, en cuanto a la posibilidad de pagarle a los fondos buitre que tienen bonos que no ingresaron al canje.
Obviamente eso lo manifestaron seguramente sin pensar como muchas de las decisiones gubernamentales.
Producto de irresponsables impulsos viscerales. Lo cierto es que ahora que lo pensaron un poco más de tiempo, cambiaron su postura en 180º:
el gobierno está dispuesto a negociar con los famosos “holdouts”.
No me explayo sobre los cuatros temas centrales, ya que fueron ampliamente tratados por los medios.
En su largo discurso prácticamente no fueron mencionados ni la Constitución Nacional, la República y el federalismo, tema que en general todos los presidentes buscan resaltar y reafirmar en sus gestiones.
Tampoco abordó ninguno de los graves problemas que preocupan a la ciudadanía. La ya casi incontrolable inflación, el atraso cambiario, la inseguridad, el ridículo cepo cambiario, el creciente desempleo y marginación, el deterioro de la educación, el “acuerdo de los precios” solo para nombrar alguno de los aspectos salientes.
En definitiva, la Sra. Fernández volvió a equivocarse:
confundió a un solemne y tradicional acto institucional, con un discurso de barricada netamente partidario y proselitista dirigido no a todos los argentinos sino a sus seguidores y a sus “enemigos”.
Su mensaje constituyó básicamente en un autoelogio de su gestión, una clara amenaza a uno de los poderes de la República para que no se le marquen límites a sus decisiones, un inentendible pacto con el diablo y una prudente capitulación ante los “holdouts”.
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