Interpretando una antigua leyenda romana, el autor trata de explicar, a su entender, qué es lo más importante y necesario de un pueblo, una nación.
Un enorme abismo se va abriendo en el Foro (la plaza pública) que amenaza con absorber a toda la ciudad.
Los sabios preocupados consultan los libros sagrados. Estos dicen que la tierra se detendrá si recibe lo más precioso que tiene el pueblo romano; y entonces se cerrará, y desde ese momento, y para siempre, esta producirá en abundancia lo que hubiera recibido.
El pueblo desesperado ante el avance del abismo y lo que dicen los libros consultados, lanza en él toda clase de objetos sagrados, plata, oro y piedras preciosas…, pero el abismo sigue avanzando amenazando con devorar a toda la ciudad.
El General Marco Curcio, ilustre por sus hazañas guerreras y por su sabiduría, solicita acceso al Senado y dice que lo más precioso y necesario para la supervivencia de Roma, no está dado por los objetos materiales preciosos que esta posea, sino por el valor de sus hombres.
Así, entorchado, con sus armas en puño y montado en su engalanado caballo de guerra, al galope se arroja al abismo.
Encima de él la multitud enardecida, tira toda clase de objetos, animales, cereales, herramientas características de todos los oficios... y la tierra, satisfecha por haber sido comprendida, se cierra.
¿Qué nos enseña la leyenda?
Que el porvenir de un Estado está dado por el valor, participación y cooperación de sus ciudadanos.
Valor que se manifiesta por la entrega total en aras del bien común, tal como lo hiciera el General Romano.
Después de arrojarse Marco, no antes, las ofrendas que siguieron adquirieron sentido.
En tanto él no se hubo manifestado, todo lo que se había creído precioso, todo lo que se había volcado en el abismo, no había servido para detener su avance amenazador sobre la ciudad.
Si aspiramos a un futuro mejor para nuestra Argentina, démosle lo mismo que los romanos de la leyenda arrojaron al abismo; y ella en adelante producirá en abundancia lo que le hayamos entregado.
Participemos activamente en nuestra propia formación en valores, y como ciudadanos en la acción política; para que no nos gobiernen los que sólo se ocupan en satisfacer sus apetencias, los que avasallan las instituciones, los abusadores, los prepotentes, los revanchistas, aquellos que fueron montoneros y que hoy desde el poder desean encarcelar a aquellos que los vencieron en el campo táctico de la guerra rural y urbana librada en los setenta.
Los dirigentes que se consideren en las antípodas de lo que he expresado, tendrían que deponer sus intereses particulares y cooperar entre sí para proponer a la ciudadanía un plan de gobierno consensuado; entonces se aceptará el sacrificio y el esfuerzo en pos de alcanzar los objetivos acordados.
Decía Platón: “El Estado es lo que es porque los ciudadanos son lo que son”
y San Martín: “Ánimo, señores, para los hombres de coraje se han hecho las empresas”.
Jorge Augusto Cardoso
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