“La corrupción de la política no tiene nada que ver con la moral, o la laxitud de la moral, de diversas personalidades políticas.
Su causa es meramente material”.
Emma Goldman (1869-1940)
Cuando se le suele preguntar a la gente por qué la Argentina no ha crecido en los últimos años y cada vez se va en un mayor deterioro como país y como sociedad, siempre se responde como principal causa la corrupción de su clase política.
La Argentina a lo largo de su historia, ha sido un país que ha estado marcado por grandes hechos de corrupción que marcaron la vida política de un determinado momento, y que impidieron que nuestro país tuviera un crecimiento cómo siempre se le ha marcado en el mundo por las riquezas que posee en sus tierras.
La palabra corrupción proviene del latín corruptio, que significa alteración o seducción; también de corrupté, que significa en forma viciosa.
El diccionario de la Real Academia Española, señala que corrupción es aquello que “en las organizaciones, especialmente en las públicas, práctica consistente en la utilización de las funciones y medios de aquellas en provecho, económico o de otra índole, de sus gestores”.
Pero la corrupción es un problema que está sumergido hasta en lo más hondo de la población argentina, que está inserto en todos los sectores de la población.
Desde aquella persona que coimea a un policía de tránsito para que no le haga una multa en la calle por estar mal estacionado, hasta aquel funcionario, que sabiéndose dueño de un poder especial, lo mal utiliza para su propio provecho, en detrimento del resto de los ciudadanos.
Desde el mismo momento en que los españoles llegaron a América, ya empezaron a haber hechos de corrupción en estas tierras.
Basta recordar la importancia que tenía el contrabando en la época del Virreinato, y como las autoridades de esos tiempos hacían la vista gorda para tener beneficios especiales, y de esa manera romper con el monopolio del comercio que tenía la corona española sobre el Río de la Plata.
La Revolución de 1810 trajo aparejadas esperanzas de que se acabara con la corruptela española, pero se pasó de tener una corrupción extranjera, a una criolla, con las actitudes propias del lugar.
Después, los políticos y los militares que se combinaron en el poder, manifestaron distintas acciones de corrupción, que signaron la época, tomando gran preponderancia los grupos económicos dominantes de cada uno de los tiempos.
Desde los dineros despilfarrados en la construcción en el siglo XIX, la década infame de 1930, pasando por las consiguientes dictaduras que malversaron el patrimonio nacional, hasta los famosos pollos de Masorín, Yacyretá, el Swiftgate, la venta de armas a Croacia y Ecuador, el Megacanje, el Valijagate, el caso Skanska, las coimas de Siemens, etc, han marcado una época en la Argentina, que deja sin consuelo a los ciudadanos comunes, que ven como sus dirigentes dilapidan el patrimonio de todos los argentinos.
La corrupción es un fantasma que ha acompañado a toda la vida política argentina, donde el ansia de poder, la avaricia desmedida y luchar por el interés individual por sobre el interés grupal, ha hecho que la Argentina sea un país poco confiable para la inmensa mayoría del mundo.
Este accionar corrupto hizo que la Argentina perdiera miles de millones de dólares a lo largo de la historia, lo que impidió que se construyeran cientos de escuelas, hospitales, carreteras, fábricas, etc, que hubiesen servido para el desarrollo del país, y que al no poder contar con ellos, los únicos perjudicados han sido los habitantes de estas tierras.
El Estado nacional, al no controlar y ser en muchas ocasiones partícipe de estos hechos delictivos, ha hecho que la población empiece a perder confianza en la institucionalidad, porque ve que los funcionarios sólo quieren acceder a diferentes puestos de poder para salvar su futuro económico a través o por medio de una dádiva, olvidando las principales tareas para los que fueron nombrados o elegidos en esos puestos, que es el bienestar común de todos los habitantes del país.
La economía en nuestro país, se ha venido manejando desde hace muchos años de una manera, que ha permitido y ha sido cómplice de la corrupción.
Al no haber un control claro y cristalino del manejo de los fondos públicos, la Argentina se ha convertido en carne fresca para un ave de presa como es la corrupción, y en tierra de nadie para la justicia, que ve maniatado su accionar, por lo que la población ve como los corruptos que han devastado a un país, llevándolo a un estado de cuasi desintegración, salen por la puerta de adelante sin ninguna causa o proceso en su contra.
Una justicia independiente del poder político, que pueda controlar y juzgar a los corruptos, sería uno de los primeros pasos que se necesitan para vencer a este flagelo que azota a la Argentina desde el comienzo como nación.
Si no hay control y la justicia impera por su ausencia, la impunidad gana camino, y si algo sabemos de sobra en estas tierras, es que la impunidad ha sido un sinónimo reiterativo de la corrupción.
Mientras la gente siga creyendo que aquel que rompe una regla establecida es un vivo bárbaro, y el que la cumple es un estúpido o un tonto por hacerlo, no se hará otra cosa que darle caldo de cultivo a los corruptos, que espera que la sociedad reaccione de esa manera, antes que repudiarlos y pedir un cambio concreto en la mentalidad de la población, para de esa manera encarar un futuro más prometedor, que sirva para crear un país digno, serio y desarrollado para las próximas generaciones de argentinos.
CNA
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